Hoy hubiera llamado a mi madre. Pero ella no está en su casa y allá donde ha ido no tiene un teléfono desde el cual escucharme. A una madre se le llama en cualquier fecha, pero hay días en que me urge cambiar la mano con que cargo el planeta y requiero que su voz me inyecte fuerzas supermánicas.
—¿Cómo estás mi’jo? –dirá ella invariablemente, mas el lugar común a mí me sabrá invariablemente a palabra florecida.
Bienaventurados los aceros humanos, los hijos sin nervio. Lo que soy yo, cuando siento que el encargo que tengo sobrepasa mis fuerzas hablo con ella de las cosas más nimias y resuelvo en la charla dos problemas: por un lado fortalezco mi espíritu con su limpia corriente y por otro le regalo exigencias que saben a caricia:
—¡Cuídese mucho, Mima…! Ver +